Cuenta la famosa leyenda del Popol Vuh, que los dioses creadores sembraron en los cuatro rumbos del cosmos sus respectivas ceibas sagradas: al Este, la ceiba roja; al Oeste, la ceiba negra; al Sur, la ceiba amarilla, y al Norte, la ceiba blanca. Finalmente sembraron una quinta ceiba al centro de todos estos rumbos, y en sus raíces ubicaron el Xibalbá o Mitnal, que era la morada de los muertos; en su base colocaron el Kab o la tierra que habitamos los seres vivos; y en su fuste y ramas establecieron su morada los dioses; mientras que en la cima de su copa habitaba el origen de todos los dioses en la forma de una magnífica ave Quetzal celestial.
Por la importancia que representaba en la vida de estas civilizaciones, este gigante fue siempre plantado en el centro de las plazas. Llega a medir hasta 70 metros de altura y su tronco tiene una circunferencia de hasta 5 metros.
La ceiba significa vida, perpetuidad, grandeza, bondad, fuerza y unión. No hay otra planta que crezca tan alta, que sea tan vistosa, que dé tanta sombra y que reciba tantas ofrendas de su gente, desde flores, miel, algunas monedas y hasta algún animal que acepta con satisfacción, pues representa los poderes mágicos del árbol sagrado de la selva.



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